La Sangre que Regresa (Antes El León Rojo Memorias de un Combatiente) es un libro que narra mi experiencia en la participación en la llamada Guerra de Angola. El libro, aunque es prácticamente mis memorias, a su vez contiene un poco de historia de ese conflicto. En esta ocasión, expongo algunos de mis pensamientos durante esa guerra publicando algunos párrafos del libro.
"Comenzó a llover, como colofón a una jornada de muchas acciones. El agua corría por todas partes. El herido comenzó a temblar. Estaba muy caliente. Nos acostamos junto a él. Alfonso por un lado y yo por el otro, abrazándolo, tratando de transmitirle calor. Era dramática la escena que formábamos los tres con aquella mezcla de agua, sudor, barro y sangre. Se escuchaban esporádicos disparos como si la energía de aquella batalla estuviera languideciendo. Los sonidos se iban apagando lentamente y no sé en qué momento nos quedamos profundamente dormidos. No comprendo como en esa situación pudimos entregarnos en los brazos de Morfeo pero también hay que tener presente todo lo que había sucedido en las pasadas cuarenta y ocho horas.
Había experimentado que en la guerra, o mejor dicho, en los momentos de vida o muerte, los humanos se comportan de forma diferente a lo habitual. Se cambian actitudes y aptitudes floreciendo otras cualidades y defectos que nosotros mismos desconocemos. Al final de una cruenta batalla, donde todo se ha destruido, el “Yo” de algunas personas se agiganta convirtiéndose en más egoístas, ruines, mezquinos y en otros desaparece, transformándose en “Nosotros”, con los mismos intereses, iguales preocupaciones y más solidarios. No conocía a Otero. Antes del combate no habíamos intercambiado ni siquiera una frase y allí, tanto Alfonso como yo, velábamos por su integridad corporal, como si fuera un familiar, exponiendo en peligro nuestras propias vidas." En mis recorridos por las instalaciones pude
apreciar las condiciones deprimentes de los soldados. Día y noche “enterrados”
en las trincheras cubiertas de hierbas y en algunos tramos, con un poco de agua
en el suelo. Otros, debajo de los
blindados. En todas las situaciones sus ropas y cuerpo llenos de barro, sin
poder tomar un baño, con una alimentación, que aunque era suficiente y con
abundante proteína, muchas veces no podían ingerir por estar llenas de tierra o
gusanos. Algunos se deslizaban, con alguna excusa, hasta la Jefatura para poder
estar de pie, observar el horizonte con más facilidad y charlar con nosotros."
" Como en muchas partes del Mundo, tuvimos fuegos artificiales en Navidad. De todas formas en Cuba no se celebraba esa fecha pero los disparos de artillería con las campanas mortales replicando en nuestros oídos era la variante navideña de mi niñez. Pensaba aquella noche en mi niña, mi esposa, en fin, en la familia. Ellos tampoco tenían Navidad por dos razones fundamentales: el Gobierno había prohibido las festividades por la fecha y por estar yo en la guerra. Pensé en aquellos que nunca volverían a Cuba. Pero no sabíamos cuando terminaría ese conflicto armado y cuantos más caerían en el camino.
Una noche llegó un grupo de compañeros que se encontraban en el puesto de observación cerca de nuestra posición. Tenían hambre. No sé cuántos días llevaban en la cima de la montaña escudriñando el territorio enemigo e informando las coordenadas al León Rojo. Sus comidas habían sido latas de carne, leche, etc. en conservas, más la ración normal del soldado consistente en algunas galletas y más potes. Estaban contentos por haber dejado su mirador y volver a Kibala. Conversaban animadamente sobre los estragos que le producía la BM 21 al enemigo cuando uno de ellos se tiró al suelo, con las manos apretándose el abdomen y gritando desesperadamente."
" En esos primeros días de nuestra nueva ubicación nos llegaron más cartas de nuestros familiares. Con ansias esperábamos esos sobres conteniendo letras que representan para los combatientes tristeza, alegría, nostalgia, amor, lágrimas, nudos en la garganta y mil cosas más y las cuales tenemos que leerlas sentados debajo de un árbol, en un rincón de una habitación o en un vehículo, pero siempre solos. Al final comentábamos con los compañeros: “Todo bien. No hay problemas”. Los combatientes, aquellos que con coraje estuvieron dispuestos a matar para no morir, repasaban una y otra vez los escritos, pasándose el dorso de la mano por los ojos para despojar las lágrimas que tímidamente asomaban en sus ojos. Era una escena triste, tierna y bella a la vez. Era la escena, repetidas varias veces, donde salía a flote los verdaderos sentimientos de los soldados. Algunos recibían fotos de un hijo o una novia. Yo también había recibido una de mi esposa y otra de mi hija que guardaba en los bolsillos. Ésta última, la situaba en el disco plástico del centro del volante cada vez que iba a viajar. La extraía, al finalizar cada viaje, para guardarla en el bolsillo de la camisa. La de mi esposa siempre estaba junto a mí."
"Era impresionante el recibimiento. Creo que desde enero de 1959, cuando el Ejército Rebelde entraba en la Capital, no se había producido un recibimiento voluntario tan participativo como ese que estábamos viviendo y donde nosotros éramos los protagonistas. Se sabe que todos los recibimientos a personalidades extranjeras o dirigentes del País, eran de una u otra forma, obligatoria. Casi todas las familias cubanas se vieron involucradas en esa guerra y por eso había una gran cantidad de personas que escudriñaban los ómnibus en busca de un rostro conocido. Multitudes de banderas cubanas, de todos los tamaños, eran agitadas por personas de distintas edades. En el teatro nos encontramos con los compañeros de los cuales nos habíamos separados en el sur de Angola y los abrazos y saludos se sucedían. Los enfermeros no alcanzaban a satisfacer la demanda de pastillas de diazepán."
" Llegué a mi casa y mi madre gritó a mi esposa:
-¡Rolando está aquí!
Salió
con mi hija en brazos. Creo que fue el momento emocional más difícil de toda la
contienda. Las lágrimas corrieron y el abrazo se prolongó. Mi hija no decía
nada. Estaba viviendo algo inexplicable. No había palabras. Aquel hombre con
barba incipiente, ropa verde-olivo, sucio y con mal olor, era su padre. Lo
encontraba extraño. Seguramente algo notaba ella que había cambiado en mí. El
sol, recién despierto, iluminaba aquella imagen de amor y ternura, de sonrisas
y lágrimas.