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martes, 6 de mayo de 2014

Creer o no Creer.


                                     Creer o no Creer

 Hay dos acepciones en el diccionario de la palabra “creer” que definen lo que todos entendemos perfectamente: pensar, juzgar, sospechar algo o estar persuadido de ello y tener algo por verosímil o probable.

 Desde que existen los humanos, como especie desarrollada de los animales, siempre han creído en algo. Es como si formara parte de nuestra mentalidad y ha ido transformándose según se ha desarrollado. Sin embargo estoy de acuerdo con Robert Bolt cuando decía: “Una creencia no es simplemente una idea que la mente posee, es una idea que posee a la mente”

 No hay un ser humano que no crea, aunque los enfermos y pobres suelen multiplicar sus creencias en la religión o las supersticiones.

 Hay muchos pensadores y líderes que han hablado del creer en distintas formas. Dalai Lama, decía, “No debemos creer demasiado en los elogios. La crítica a veces es muy necesaria” Pero a veces sucede que “por no caer mal” no le decimos a nuestro amigo que se le está cayendo el pelo y por el contrario le decimos que nos parece que ahora tiene más.

 Franz Werfel aseguraba que para el que cree no es necesaria ninguna explicación y por el contrario para el que no cree toda explicación sobra. Y tiene razón. Para el religioso, cualquier acontecimiento puede ser un milagro y no vale que le digas que fue un suceso ocurrido por algún motivo normal. Pero como decía Sigmund Freud “Como a nadie se le puede forzar para que crea, a nadie se le puede forzar para que no crea”

Hay personas que manifiestan no creer en nada, diciéndonos claramente que creen en no creer. Hay otros que cambian de creencia por diferentes motivos, por ejemplo: el alemán Martin Lutero no creía que un día fuera a convertirse en monje, sin embargo, al regresar de la casa de sus padres se desató una tormenta eléctrica y un rayo cayó cerca de él. Se asustó y pidió ayuda a Santa Ana y le dijo que si lo salvaba se convertiría en monje. No le ocurrió nada e inmediatamente abandonó la carrera de Derecho y entró en un monasterio para convertirse en monje.

 

  Es necesario creer, de lo contrario te conviertes en un objeto. También hay cosas en la que no puedes creer.

 Yo creo, con sus virtudes y defectos, en el ser humano. Creo en mi madre, en mi familia. Creo en el amor. Creo que el desarrollo nos lleva a la destrucción de nuestro planeta. Creo en el poder de la voluntad y en el poder de los libros y creo en el problema de la cantidad de personas que mueren de hambre diariamente. Creo en los misioneros que comparten su vida de igual forma con los integrantes de tribus indígenas.

 No puedo creer en los que recomiendan austeridad y no se abstienen de nada. No creo en los que luchan por un mundo sin contaminación y no prescinden de autos y aviones. ¿A quién van a convencer? Cuando los ven en coches y yates lujosos. No creo en las mujeres que protestan, por algo injusto, enseñando sus senos. Cuando los presentes dicen: ¿viste sus tetas? Y no prestan atención a sus demandas. No creo en los curas que viven y actúan como mercaderes y practican la pedofilia. No creo en persona buena que le guste ver maltratar o morir, un animal. No puedo creer en el que pregona derecho a la libertad amordazando a otro. No creo en los jueces que no imparten la misma justicia para todos. No creo en los revolucionarios que llevan en su alma la sed de venganza y deseo de poder.

 

 Ustedes, amigos lectores, también tienen el derecho a creer o no creer.

 

 

                                   Pedro Celestino Fernández.

 

 

                         

 

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